17
DE MAYO DE 2016
DESPEDIDA Y
CIERRE
Hoy quiero hablaros de un librito encantador,
muy tierno y lleno de dulzura que nos ha estado acompañando en casi todas las
tertulias desde el 20 de octubre de 2010. Se trata de Todas las madres del mundo, lo publica la editorial Lumen y su autor es
el vallisoletano Gustavo Martín Garzo. El libro es una reedición del que vio la
luz en el año 2003 en la editorial RqueR, entonces con el título: Pequeño manual de las madres del mundo,
y que como os digo ahora reaparece en una nueva edición más cuidada y con
ligeras modificaciones.
El libro consiste en la descripción, llena de
ironía y humor, de poesía y sensibilidad, de alegría y felicidad, de cincuenta
tipos de madres (cincuenta y nueve en la primitiva edición). Son relatos
brevísimos, de una o dos páginas de extensión como máximo, escritos a partir
del encargo de un cuento que una ONG le hizo al escritor y que éste fue
haciendo crecer hasta que aquel pequeño esbozo original se convirtiera en el
volumen que hoy comentamos.
Martín Garzo confiesa haber escrito el libro
para que las madres sean felices leyéndolo. O, mejor dicho, para que prolonguen
con su lectura la felicidad que sienten junto a sus niños y disipen, con un
poco de humor e ironía, el miedo de verlos crecer. Y ciertamente la lectura del
texto es siempre gozosa, pasamos sus páginas con una sonrisa en la boca,
asistiendo con agrado a la tierna imaginación que despliega el escritor
vallisoletano en sus retratos maternales.
Las
descripciones de estas distintas tipologías de madres (las madres vampiro, las
imprudentes, las que se infantilizan, las madres dadivosas, las desconfiadas,
las madres canguro, las madres pájaro, entre otras) se mueven entre la
fantasía, ese terreno de los cuentos y las leyendas que tanto gusta a Martín
Garzo, y la más prosaica cotidianidad, a la que siempre se observa con un
sentido realista que, de tan pegado al mundo práctico, a veces acaba pareciendo
también, imaginativo y ficticio, como hemos podido observar en los cuentos que
hemos leído estos años de tertulias. Pero en general, los brevísimos retratos
ofrecen una muestra variada de los distintos aspectos, tantas veces ambiguos o
abiertamente contradictorios, de las personalidades maternas: las vacilaciones,
la ternura, la tristeza, las dudas, el amor, la dulzura, las aprensiones y los
miedos, los afanes y las esperanzas, las preocupaciones, los sufrimientos, el
encantamiento, la entrega, y tantas otras manifestaciones habituales de las
relaciones entre las madres y sus hijos.
Os dejo el último
relato que hemos leído:
Las
madres trapecistas.
Lo primero que pensaban las madres
trapecistas cuando por fin tenían a su bebé en los brazos era que había llegado
el momento de abandonar su profesión. Una profesión ciertamente envidiable y
hermosa, pero también bastante insensata, que las forzaba a asumir riesgos poco
compatibles con aquella nueva responsabilidad, ya que atender a un recién
nacido durante las primeras semanas de vida era una de las cosas más
absorbentes y llenas de incertidumbre que existían. De modo que, a su regreso
del hospital, anunciaban a bombo y platillo en el circo su propósito de
retirarse. Sus compañeros, especialmente los más experimentados, asentían con
la cabeza, aun sabiendo, por otros casos como ése, que no deberían tomarse
demasiado en serio esa decisión. Es difícil haber probado el aire del trapecio
y olvidarse de él. Era como una droga, porque allí arriba, en el trapecio,
parecías tener algo de lo que los demás no sabían nada. Y en efecto, pasados
esos primeros meses de atenciones y dulces sobresaltos en que los cuidados de
aquel bebé ocupaban todo su tiempo, las trapecistas volvían una tarde a dejarse
caer por el circo, y unos días después, como el que no quiere la cosa, estaban
de nuevo colgadas en el trapecio. Y, aunque durante las primeras semanas se
mostraran demasiado cautas, rehuyendo los números más arriesgados, muy pronto
sólo vivían para descubrir esas nuevas formas de hacer posible lo que no lo
parece, que es la eterna búsqueda del trapecio. Y poco a poco sus ojos y su
piel volvían a adquirir ese brillo incomparable, en todo semejante al que se
produce al hacer el amor, que era la causa de su indiscutible poder sobre los
hombres. Como si allí arriba, junto a la carpa, llegaran a vivir una vida
distinta, una vida que nada tenía que ver con aquella que llevaban en el suelo,
ni estaba sujeta a las mismas obligaciones o leyes, y en la que incluso
llegaban a olvidarse de sus propios nombres y sus propias familias. Tal vez por
eso, cuando regresaban a sus casas y volvían a encontrarse con sus bebés, las
embargaba un sentimiento de culpabilidad que las llevaba a hacer todo lo
posible para mantenerlos apartados de aquel mundo lleno de riesgos y de
estricta amoralidad que era el mundo vertiginoso del trapecio. Se volvían
entonces extremadamente protectoras y les llevaban a colegios de frailes y
monjas, tratando de que el día de mañana se inclinaran por alguna de esas
profesiones -médicos, maestros, ingenieros de caminos o técnicos de
telecomunicaciones- que quieren para sus hijos e hijas los padres y madres
normales. Nada que tuviera que ver con aquel mundo de locos maravillosos, de
criaturas extrañas y de dulces perversidades, que era el mundo del circo. Pero
también esto duraba sólo un tiempo y, sin duda, el día más feliz de la vida de
las madres trapecistas era aquel en que, al entrar en la habitación de su
hijita para darle las buenas noches, se la encontraban dormida con toda
naturalidad en lo alto del armario.
Para finalizar, como no podía ser de otra manera, ya nos hemos puesto
los deberes para este verano. Con el consejo de nuestra librera Moni, que nos
ha traído varias sugerencias, hemos decidido “El desorden que dejas” de Carlos Montero pero
también se han quedado las sugerencias, para las más “leonas” de: “Historia de un perro llamado Leal” de
Luis Sepúlveda, “La prensa” de Irene Nèmirovsky, “Las sin sombrero. Sin ellasla historia no está completa” de Tània Balló (nacido de un documental de
octubre de 2015) o “Relatos de lo inesperado” de Roald Dahl
Para finalizar, siendo que ya no tenemos los relatos de Martín Garzo,
hemos leído uno de Isabel Allende “Cuentos de Eva Luna: María la boba”
Que disfrutéis de las lecturas y de un
merecido descanso veraniego, nos vemos el curso que viene.
Marta Ruiz de Eguilaz
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