martes, 14 de junio de 2016

TERTULIA LEER JUNTOS



17 DE MAYO DE 2016

DESPEDIDA Y CIERRE

Hoy quiero hablaros de un librito encantador, muy tierno y lleno de dulzura que nos ha estado acompañando en casi todas las tertulias desde el 20 de octubre de 2010. Se trata de Todas las madres del mundo, lo publica la editorial Lumen y su autor es el vallisoletano Gustavo Martín Garzo. El libro es una reedición del que vio la luz en el año 2003 en la editorial RqueR, entonces con el título: Pequeño manual de las madres del mundo, y que como os digo ahora reaparece en una nueva edición más cuidada y con ligeras modificaciones.

El libro consiste en la descripción, llena de ironía y humor, de poesía y sensibilidad, de alegría y felicidad, de cincuenta tipos de madres (cincuenta y nueve en la primitiva edición). Son relatos brevísimos, de una o dos páginas de extensión como máximo, escritos a partir del encargo de un cuento que una ONG le hizo al escritor y que éste fue haciendo crecer hasta que aquel pequeño esbozo original se convirtiera en el volumen que hoy comentamos.

Martín Garzo confiesa haber escrito el libro para que las madres sean felices leyéndolo. O, mejor dicho, para que prolonguen con su lectura la felicidad que sienten junto a sus niños y disipen, con un poco de humor e ironía, el miedo de verlos crecer. Y ciertamente la lectura del texto es siempre gozosa, pasamos sus páginas con una sonrisa en la boca, asistiendo con agrado a la tierna imaginación que despliega el escritor vallisoletano en sus retratos maternales.

Las descripciones de estas distintas tipologías de madres (las madres vampiro, las imprudentes, las que se infantilizan, las madres dadivosas, las desconfiadas, las madres canguro, las madres pájaro, entre otras) se mueven entre la fantasía, ese terreno de los cuentos y las leyendas que tanto gusta a Martín Garzo, y la más prosaica cotidianidad, a la que siempre se observa con un sentido realista que, de tan pegado al mundo práctico, a veces acaba pareciendo también, imaginativo y ficticio, como hemos podido observar en los cuentos que hemos leído estos años de tertulias. Pero en general, los brevísimos retratos ofrecen una muestra variada de los distintos aspectos, tantas veces ambiguos o abiertamente contradictorios, de las personalidades maternas: las vacilaciones, la ternura, la tristeza, las dudas, el amor, la dulzura, las aprensiones y los miedos, los afanes y las esperanzas, las preocupaciones, los sufrimientos, el encantamiento, la entrega, y tantas otras manifestaciones habituales de las relaciones entre las madres y sus hijos. 

Os dejo el último relato que hemos leído:

Las madres trapecistas.

Lo primero que pensaban las madres trapecistas cuando por fin tenían a su bebé en los brazos era que había llegado el momento de abandonar su profesión. Una profesión ciertamente envidiable y hermosa, pero también bastante insensata, que las forzaba a asumir riesgos poco compatibles con aquella nueva responsabilidad, ya que atender a un recién nacido durante las primeras semanas de vida era una de las cosas más absorbentes y llenas de incertidumbre que existían. De modo que, a su regreso del hospital, anunciaban a bombo y platillo en el circo su propósito de retirarse. Sus compañeros, especialmente los más experimentados, asentían con la cabeza, aun sabiendo, por otros casos como ése, que no deberían tomarse demasiado en serio esa decisión. Es difícil haber probado el aire del trapecio y olvidarse de él. Era como una droga, porque allí arriba, en el trapecio, parecías tener algo de lo que los demás no sabían nada. Y en efecto, pasados esos primeros meses de atenciones y dulces sobresaltos en que los cuidados de aquel bebé ocupaban todo su tiempo, las trapecistas volvían una tarde a dejarse caer por el circo, y unos días después, como el que no quiere la cosa, estaban de nuevo colgadas en el trapecio. Y, aunque durante las primeras semanas se mostraran demasiado cautas, rehuyendo los números más arriesgados, muy pronto sólo vivían para descubrir esas nuevas formas de hacer posible lo que no lo parece, que es la eterna búsqueda del trapecio. Y poco a poco sus ojos y su piel volvían a adquirir ese brillo incomparable, en todo semejante al que se produce al hacer el amor, que era la causa de su indiscutible poder sobre los hombres. Como si allí arriba, junto a la carpa, llegaran a vivir una vida distinta, una vida que nada tenía que ver con aquella que llevaban en el suelo, ni estaba sujeta a las mismas obligaciones o leyes, y en la que incluso llegaban a olvidarse de sus propios nombres y sus propias familias. Tal vez por eso, cuando regresaban a sus casas y volvían a encontrarse con sus bebés, las embargaba un sentimiento de culpabilidad que las llevaba a hacer todo lo posible para mantenerlos apartados de aquel mundo lleno de riesgos y de estricta amoralidad que era el mundo vertiginoso del trapecio. Se volvían entonces extremadamente protectoras y les llevaban a colegios de frailes y monjas, tratando de que el día de mañana se inclinaran por alguna de esas profesiones -médicos, maestros, ingenieros de caminos o técnicos de telecomunicaciones- que quieren para sus hijos e hijas los padres y madres normales. Nada que tuviera que ver con aquel mundo de locos maravillosos, de criaturas extrañas y de dulces perversidades, que era el mundo del circo. Pero también esto duraba sólo un tiempo y, sin duda, el día más feliz de la vida de las madres trapecistas era aquel en que, al entrar en la habitación de su hijita para darle las buenas noches, se la encontraban dormida con toda naturalidad en lo alto del armario. 

Para finalizar, como no podía ser de otra manera, ya nos hemos puesto los deberes para este verano. Con el consejo de nuestra librera Moni, que nos ha traído varias sugerencias, hemos decidido “El desorden que dejas” de Carlos Montero pero también se han quedado las sugerencias, para las más “leonas” de: “Historia de un perro llamado Leal” de Luis Sepúlveda, “La prensa” de Irene Nèmirovsky, “Las sin sombrero. Sin ellasla historia no está completa” de Tània Balló (nacido de un documental de octubre de 2015) o “Relatos de lo inesperado” de Roald Dahl

Para finalizar, siendo que ya no tenemos los relatos de Martín Garzo, hemos leído uno de Isabel Allende “Cuentos de Eva Luna: María la boba”

Que disfrutéis de las lecturas y de un merecido descanso veraniego, nos vemos el curso que viene.



Marta Ruiz de Eguilaz

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